Los diccionarios definen como foodie a una persona que tiene una afición especial a la comida y la bebida, y lo traducen al español como Comidista, vocablo adoptado a partir de la web El Comidista del conocido periodista gastronómico Mikel López Iturriaga.

Sí bien es un término popularizado a partir del fenómeno Instagram y el repunte de la gastronomía en el mundo digital, tuvo su aparición en el año 1980 en un artículo de New York Magazine y luego repitió en 1984 con el Official Foodie Handbook de Paul Levy, Ann Barr y Mat Sloan, donde hablaban de la vida de los amantes de la gastronomía alrededor del mundo.

El foodie es un entusiasta del universo gastronómico aunque a veces se comporte como un talibán. No va de lujazos gastronómicos pero sí de apasionarse por descubrir nuevos sitios y sabores, y en el universo reciente algunos se han catapultado como influencers o prescriptores de tendencias vía RRSS a partir de su afición.

Puede o no ser un gourmet o un sibarita, no es un gastrónomo ni un periodista especializado en la materia, y desde hace unos años el término foodie se ha masificado tantísimo que algunos gastro freaks le huímos a la etiqueta, y muchos restauradores huyen de la tribu foodie aún más lejos.

¿Por qué?

Para muchos foodies, el afán de notoriedad y postureo le ha ganado a la afición y al disfrute de una experiencia gastronómica. Es más importante la foto y los likes que el disfrute de una cena. Lograr la mejor foto o el súper ángulo antes que comer comida caliente.

También se les critica el adoptar gastro modas infames como comer kale con todo, vivir a punta de kombucha, comer quinoa en todas sus variantes o desayunar batidos de espinacas para limpiar el aura.

Como dicen en mi pueblo, “bueno el cilantro pero no tanto”. Algunos kombucha están realmente buenos, el kale (que es la misma col rizada de toda la vida) es incomible con lo que sea, y a los batidos sólo se les pone espinacas si la siguiente opción será tirarlas porque están a punto de morir.

A algunos foodies se les critica que van como talibanes y hacen críticas sin ninguna base de lo que sea que estén probando, sin entender que detrás de cada plato que llega a una mesa hay un esfuerzo de creación, conceptualización, servicio, pruebas y sabores en pro del disfrute de quienes vayamos a probarlo.

Es cierto que existe el influencer marketing y en gastronomía es una práctica habitual, pero por favor, interioricemos que los restauradores no viven del aire y que todo lo que hacen representa un esfuerzo muy grande. Una invitación a un local se agradece y se comparte pero nunca se pide. No se puede ganar credibilidad mientras la única meta es ir por la vida comiendo gratis.

En mi personalísima opinión, el término “foodie” se ha banalizado tanto en estos últimos años que ya no aporta valor de ningún tipo ni a marcas ni a restauradores del sector gastronómico. Más aún en tiempos en los que comprar likes y seguidores es coser y cantar y está a la orden del día.

Con el tiempo prevalecerá la calidad a la cantidad, tanto en likes como en seguidores y contenido. Volverá a reinar el disfrute de la experiencia más allá del móvil, y recordaremos las razones por las que comenzamos en esto.

Como aquí:

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