“Tienes que bajar de peso” lo escuchaba en mi casa y fuera de ella, desde un rato antes de ser adolescente.

Hice dietas, fui a médicos, tomé laxantes, pastillas, batidos, quemadores de grasa, contaba calorías, me reventaba haciendo ejercicios y me frustraba cada vez que me veía al espejo, porque el no aceptarme era la norma. Llegué a estar MUY delgada, fui mucho más allá de lo recomendable y sano para “verme bien”, sin importar cómo me sentía por dentro. Y así pasaron muchos años.

Tuve novios a los que le aceptaba que me criticasen diciendo que me veía gordísima, o si salía con alguien, estaba bien que me dijeran “tienes que hacer dieta”. O era hablar de dietas o comida y escuchar aquel típico “así no vas a conseguir novio”, como si “conseguir novio” fuese una meta en la vida.

De todo eso pasé y sigo pasando, porque todos creen que saben mejor que tú lo que tienes que hacer, pero NADIE ha estado en tus zapatos ni ha tenido la delicadeza de preguntarte ¿Está todo bien? ¿Cómo te sientes?

Luego de unos años, a los 41, me diagnosticaron perimenopausia avanzada. Yo, que nunca he sido delgada, vi como las hormonas, la frustración y la ansiedad me cambiaron el peso y el cuerpo por completo.

No importaba lo sano que comiese, o qué tanto ejercicio hiciese, el peso subía, subía y subía. La recomendación médica era básica “tienes que comer menos” y a mí, que lo que me faltaba era coserme la boca, salía del médico llorando. ¿Qué además tenía síndrome de ovario poliquístico? Pues “lo único que tienes que hacer es dejar de comer bollos”. Porque o te tomas una pastilla o comes menos, pero esperar que en la Seguridad Social se interesen por tu caso y estudien la causa real de lo que te pasa, pues eso no pasa.

A la par convivía con comentarios como “no entiendo como estás tan gorda si haces tanto ejercicio”, “¿y no te sientes culpable cuando te comes eso?”, “¿Y sólo has bajado 11 kilos en año y medio? ¿Tan poquito?” o me mostraban fotos mías antiguas con un “mira que guapa estabas delgada”. Y seguían las conversaciones con el eterno “Tú lo que tienes que hacer es…” insertando seguidamente la barbaridad dietética de moda o de preferencia del opinador profesional que me aconsejaba.

Tuve que pasar por mucho y tuvo que pasarme mucho para que un día entendiese que estoy bien como estoy, y que lo que no está bien es sentirme mal conmigo misma ni culpable por comer. Y que no estoy “a dieta” con la única meta de bajar de peso, sino que me ejercito y como más sano para sentirme mejor, más saludable y no enfermarme.

Pasaron años para que entendiese la diferencia entre ansiedad y hambre, y para entender que las angustias no se solucionaban comiendo, y que ejercitarme no tiene que ser penitencia ni castigo, y que puedo hacerlo haciendo cosas que me gustan. No voy a salir a correr por moda, pero sí que puedo bailar o hacer yoga aunque no queme 800 calorías por hora. No pretendo ser una esclava de mi misma en pro del look y el peso impuesto por la moda y las RRSS, tampoco me voy a peinar, que les quede claro. 🙂

Llegó un punto en el que sentí que tenía que asesorarme y buscar ayuda, porque no podía ir descabezada y sola por la vida con mi menopausia y mis hormonas danzantes. Fue entonces cuando llegué a Centro Aleris y a la consulta de Laura Llorente, quien desde hace casi dos años está guiándome y teniéndome toda la paciencia del mundo incluso en esta temporada tan rara de #confinamiento.

A la par entendí que tengo que rodearme y seguir a personas con filosofías de vida y maneras de entender el mundo en pro de la salud y el respeto, que sumen y no que resten y sobre todo, que no intoxiquen.

No hay que obsesionarse por contar calorías, y no es porque vendan o esté de moda que “estar gorda está bien” sino porque la prioridad tiene que ser no solo física sino también mental, y que aunque esté muy trillado decirlo los kilos que marque la báscula o la talla que usas no definen quien ni como eres.

Seguirá gustándome la cerveza, seguiré comiendo pizza alguna vez, cocinando, poniéndome un bikini en verano sin avergonzarme, y seguiré sin hacer caso a quien me critique por #gorda o me comente cosas o sugiera dietas “por mi bien”.

Tampoco voy a guardar en el armario ropa que hace diez años no me sirve para “motivarme”, los trozos de tela inanimados no motivan, ocupan sitio y hay muchísima gente necesitando esa ropa que guardas por ahí “para cuando te vuelva a servir”.

No tengo como meta obsesionarme ni con el peso ni con la comida, y eso no significa descuidarme. Para mi es simplemente cuidarme y quererme sin fustigarme aceptándome tal como soy.

¿Por qué lo digo hoy? Porque siempre he pensado que compartirlo le puede valer a muchas personas que estén pasando lo mismo, y aún no se den cuenta de lo dañina que puede ser esa actitud tan obsesiva tanto física como emocionalmente.

Gracias a @estoesnutricion por animarme a contarlo.

¡Abrazos!

Karla

Pin It on Pinterest